La palabra poética
Extracto del libro: Sentido mágico de la palabra. Angel Rosenblat
Mito, magia, poesía, religión, razón, lenguaje, están íntimamente amalgamados en la historia y en la vida del hombre. Son hilos -dice Ernst Cassirer- de la inmensa red que constituye el universo simbólico en que se desenvuelve el hombre. La existencia misma del lenguaje, ¿no es un hecho mágico? Como puede la palabra, un soplo sonora -“aire herido”, según Fernando de Herrera, el Divino; “humo de la boca”, que se desvanece en el aire, según el jeroglífico chino-, transmitir el amor, el odio, la alegría o el dolor, las ideas mas intemporales y abstractas, el deseo y la voluntad, de una persona a otra? ¿Y además, fijarse ese soplo en papel, pergamino o celuloide, y viajar por todas las lejanías y perpetuarse por los siglos de los siglos?
La palabra es creadora del mundo, o creadora de mundos, en los viejos textos religiosos. Y los viejos textos religiosos son textos poéticos, o los viejos textos poéticos son textos religiosos. Su virtud y eficacia reside en la pronunciación y recitación fiel de cada verso, de cada sílaba. La palabra en ellos tiene valor sacramental, y su poder se mantiene si no se contamina con el uso cotidiano, si se fija en los moldes misteriosos o herméticos de la vieja lengua sabia, que encarna, para los fieles, la lengua misma de la divinidad (el hebreo bíblico , el latín de la Iglesia, el eslavo antiguo). De ahí la tradicional resistencia ortodoxa a que se incorporen a la profanadora lengua general. Los musulmanes creen que el Corán conserva toda su fuerza divina en el texto original, y que la pierde en la traducción, en lo cual no les falta razón. La traducción es siempre una profanación. Desprendida de la fuente divina, el destino de la palabra es la constante secularización o profanación.
Con todo, la palabra conserva siempre, mas o menos oculto, el sello de la creación original. El filólogo, desde la antigüedad griega, se afana par buscar, detrás de la máscara de cada una, la palabra etimológica, es decir, la verdadera. El filósofo, la palabra elemental, la palabra única que abarque y explique todas las otras (“conservar en su verdad la fuerza de las palabras más elementales, en las que nuestra Realidad se expresa a sí misma”, es su misión, según Heidegger). Y el poeta, la palabra esencial (“La creación poética -ha dicho Gerhard Hauptmann- consiste en dejar oír detrás de cada palabra la palabra· esencial”). La poesía crea sus mundos con la materia sutil e inasible de la palabra. Degas, desencantado de la pintura, quiere hacer versos, porque tiene ideas. Pero en vano. Mallarme le advierte: “La poesía no se hace con ideas; se hace con palabras”. Cuando es auténtica, nos transporta a los tiempos en que era canto mágico o religioso. Porque el poeta, además de Ser ; artesano creador, ha sido vate, es decir, oráculo, augur, profeta. Así lo sentía don Ramón del Valle Inclán:
Son las palabras espejos mágicos donde se evocan todas las imágenes del mundo. Matrices cristalinas, en ellas se aprisiona el recuerdo de lo que otros vieron y nosotros ya no podemos ver, por nuestra limitación mortal, aun cuando todas las imágenes y todos los verbos sean eternidades en el seno de la luz, como explicaba el mago Apolonio de Tyana . Para el iniciado que todas las cosas crea y ninguna recibe en herencia, la luz es numen del Verbo. Las palabras en su boca vuelven a nacer puras como en el amanecer del primer día, y el poeta es un taumaturgo que transporta a los círculos musicales la creación luminosa del mundo.
y aun agregaba:
El idioma de un pueblo es la lámpara de su Karma. Toda palabra encierra un oculto poder cabalístico : es Grimorio y Pentáculo . . . El pensamiento toma su forma en las palabras como el agua en la vasija.